OTREDAD

 


O T R E D A D

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Renato, el encargado de la librería Helena de Buenos Aires, hablaba de la ética del coleccionista con un doctorando en historia argentina que buscaba ediciones antiguas de novelas góticas en su idioma original. Hablaba del culto al objeto, de ese consumismo sagrado que no contempla valores de uso. Le dijo que él no podría coleccionar libros, por plata - mirando al suelo - porque los libros cuestan más de cincuenta mil pesos, pero más allá de eso por la contradicción que supone ese afán acumulativo, la obsesión de tener más, de sólo tener. Dijo que amaba su trabajo porque podía estar en contacto con los libros sin guardarlos celosamente y para nadie, compartiendo con clientes y curiosos y, eventualmente, dejando ir esos tesoros sabiendo que alguna vez los tuvo en sus manos, que aún existen.

Hay pocos negocios que permiten este nivel de honestidad. Y tal vez ni siquiera éste lo permite, si se quiere prosperar económicamente, ganar plata.


Los tres gatitos de la tienda se paseaban por entre libros de treinta mil pesos, desde una primera edición de Sarmiento saltaban a una estantería donde un libro de Borges guardaba una postal firmada por su amante.


Yo soy un muy mal librero, dijo Renato, lo soy porque amo demasiado los libros, mi emoción me delata siempre. Si en una feria venden un pequeño tesoro, me emociono tanto que me suben el precio. Otros libreros se hacen los boludos y despectivamente compran ese manojo de hojas viejas por el precio del papel. Luego los venden a su verdadero precio. Yo no puedo, dijo, no puedo.


Cuando le propuse grabar en la librería, Renato puso una condición: no caigan en el cliché. ¿Qué es lo que buscan? Preguntó mientras yo miraba los gatos paseándose por el escaparate que da a la calle. "No sé, vamos a explorar, seguir la intuición", le dije. Por favor, les pido que no graben a los gatos. Es la típica imagen de la librería "pinterest", demasiado vendible, fácil, superficial. Sí, sí, le digo que tenemos que grabarlos igual, planos de rigor, digo, para introducir, mostrar el espacio, sin saber bien qué hacer todavía. Hasta que me llevó al sótano para mostrarme el papel: un tabloide de 1703 con leyes para una municipalidad en Francia. Esto es lo que me gusta, por esto vivo, dijo. Mira el papel, esas hebras, cómo se hundieron por el peso de la imprenta manual. Un gato se subió al documento de 300 años y Renato no lo bajó inmediatamente, ni siquiera se enojó. Eso era. Eso teníamos que grabar. Ahí estaba su amor, el amor de Renato por los libros, por la historia, por el objeto.


Cuando fuimos en grupo un poco se repitió esa historia. Estuvimos arriba grabando gatos y libros, tratando de entender cómo usar las luces. Jugando con la cámara y nuestros cuerpos frente al encuadre. Le pedimos a Renato que realizara algunas acciones, le robamos algunos planos. Grabamos a los gatos, bastante. No llegábamos a nada.


Entonces bajamos al sótano. Ahí estaba todavía, Eso. Apagamos las luces, hicimos una puesta y grabamos con un lente macro las hojas, las hendiduras, los pelitos del papel. Luego le pedimos a Renato que las manipulara. Bajó al sótano y ocurrió la magia. Grabamos sus manos y su cara. Grabamos nuevamente el papel. Ocurrió algo místico. Ahí estaba, amando la cámara, el papel,  ahí estaba Renato, su esencia. Lo sentimos todes, en su entrega, en su honestidad, en su silencio.

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Equipos:

Nikon D5300 - 35 mm 1.8  - 50 mm 1.8 - 105 mm 2.4 

Iluminación : Led bicolor 120K - Minipan 1k

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Back.






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Diagrama aproximado de luces.



Planos Sueltos 



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